30.1.15

Marina Tsvietáieva o el derecho de la entonación (**)

"Наши лучшие слова - интонации"
Марина Ивановна Цветаева

Escribir. La infancia. Pushkin y su estatua. Escribir. Enamorarse de muchos, casarse con uno. Serguéi. Escribir. Tener un hijo, dos hijas. Escribir. La revolución. La soledad. Escribir. Las acciones confiadas al destino. Luchar por una ración de harina. Lidiar con la muerte de una hija, mientras la otra se consume por la malaria. Escribir. El exilio, el vagabundeo obligado. Las cosas no son lo que parecen. Las cosas. Escribir. Volver. Volver a una Rusia que es la Unión Soviética. Escribir. Marido fusilado, hija en campo de concentración. Estar desempleada. Escribir. Pedir empleo. Tener que ahorcarse.

Evaporada en un verso

“La cotidianidad es un saco: agujereado. Y de todos modos, lo cargas”*, escribió Marina Tsvietáieva en el diario que llevó entre 1917 y 1919. Tenía una voz y una manera de ver el mundo a través de las elucubraciones de su imaginación. La realidad, sin embargo, tenía otros planes para ella.
Marina Tsvietáieva es una de las poetas rusas más grandes del siglo XX. Su nombre se ubica cómodamente entre los de Ajmátova, Mayakovski, Pasternak. Inclasificable, al margen de todo movimiento literario posible, Marina llegó a ser reconocida antes de la revolución y, aunque ningún periódico se hizo eco de su muerte, su nombre resurge después, quizás, porque jamás fue borrado del todo.
La vida es la literatura. La literatura es la vida. Tsvietáieva no puede concebirlas de manera separada. Y cuando la vida se agita a ritmos insospechados, indecibles, la literatura adopta necesariamente ese ritmo y se vuelve, como la vida, borde, margen, territorio de lo que es y, sobre todo, de lo que ya no.

De lo demás estarás - despojado

Cuando estalla la revolución en 1917, Serguéi Efrón, su marido, se alista en el Ejército Blanco. Marina se queda sola con sus hijas y vive la revolución en la carne, como puede leerse en Indicios terrestres. Recién en 1922, Marina abandona la URSS para reunirse con su marido en Praga: ya ha muerto Irina, su hija pequeña, de inanición en un albergue, mientras ella trataba de palear la malaria que enfermaba a Alya, su otra hija.
Encuentra a un Efrón convertido: del Ejército Blanco al Rojo, es un doble agente de Stalin en París. Marina nunca lo creyó y la intelligentsia rusa no podía creer que ella no lo supiera. Los márgenes se ensanchan, pero la vida continúa y da lugar a una prolífica correspondencia triangular entre Marina, Pasternak y Rilke.
Tsvietáieva se entrega con devoción a su papel de madre y de esposa y regresa, en 1939, a las afueras de Moscú, donde se instala con su marido, su hijo Mur y su hija Alya, que había seguido al padre en su repentino fervor stalinista. Allí, arrestan a Serguéi (y lo fusilan) y se llevan a Alya a un campo de concentración. Cuando en 1941, estalla la guerra entre Alemania y Rusia, Marina y su hijo son evacuados de Moscú. Ya en Elábuga, Marina solicita por escrito un empleo como lavaplatos en el comedor de la casa de escritores y, antes el rechazo, se ahorca.
“Porque si te ha sido dada la voz”, escribe en 1935, “Poeta, de lo demás estarás - despojado”. Y esa voz, en el caso de Marina, es la otra cara de la revolución: la costumbre ha estallado y la cotidianidad se vuelve campo de batalla constante en el que no hay descanso posible. Pero en el “mientras”, están los versos, territorio que redime y que permite mantenerse en pie cuando ya nada permanece: “es el derecho de entonación que anida en la sangre”*.
 
*Tsvietáieva, Marina. Indicios terrestres. Edición y traducción de Selma Ancira. Cátedra, Madrid, 1992.

(**) Publicado en DIXI (He dicho). Noviembre, 2012.

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