12.8.14

El soñador soñado

Miguel de Unamuno [1864 - 1936] fue un agonista, un luchador, como sus personajes. Al fin de cuentas, no había para él muchas diferencias entre las personas de carne y hueso y los personajes de ficción: todos son reales, “realísimos, y con la realidad más íntima, con la que se dan ellos mismos, en puro querer ser o en puro querer no ser, y no con la que le den los lectores.”[1] Esta idea de que son los mismos personajes los que, a través de su accionar, crean su propia realidad no es privativa de Unamuno, pero quizás él haya sido uno de los pocos que la llevó al paroxismo tan prolíficamente.
Las fronteras entre lo que denominamos ‘realidad’ y lo que llamamos ‘ficción’ son tan lábiles que permiten un tránsito más o menos fluido de un lado a otro. En Niebla, es el mismo Don Miguel el que cruza los límites de lo real para “resolver” el conflicto de su protagonista, Augusto Pérez. Al mismo tiempo, Víctor Gotti, amigo de Pérez, atraviesa las fronteras de la ficción y prologa la novela que estamos leyendo, que no es otra que la novela que él afirma estar escribiendo dentro de la novela.
Augusto Pérez padece los efectos de un amor no correspondido y decide suicidarse. Lo que no sabe Augusto es que él no está en condiciones de hacer su voluntad, porque es un personaje de ficción. Indignado, va a pedirle explicaciones a Don Miguel, que aparece, en el capítulo XXXI, ya convertido en personaje de sí mismo. Allí, Augusto, que había pretendido llevar a cabo su ‘querer no ser’, debe enfrentarse con la idea de que su existencia depende pura y exclusivamente de otro. Es, precisamente, ese atisbo de voluntad propia el que, desde la perspectiva de Unamuno, termina construyendo la “realidad” autónoma del personaje.
La gran apuesta de Niebla radica en el doble tránsito: no sólo el Autor se inmiscuye en el mundo de la ficción sino que, al mismo tiempo, un personaje secundario [Víctor] afirma su existencia firmando el primer prólogo de la novela, de acuerdo, según dice, con los pedidos de Don Miguel.
Si bien toda la obra de Miguel de Unamuno puede leerse como un ‘hacerse carne’ de sus ideas y de sus dudas existenciales, es probable que Niebla sea la más emblemática en este sentido. Allí, las ideas se vuelven acciones concretas y se palpa, como en pocas obras, que no somos otra cosa que la sombra de un sueño [2]. La existencia se cifra, entonces, en la posibilidad de que alguien más nos dé vida, nos sueñe. Quien no se haya sentido como Augusto en algún momento que tire la primera piedra.

[1] Miguel de Unamuno. "Prólogo" en Tres novelas ejemplares y un prólogo.
[2] Píndaro: “Somos la sombra de un sueño”.

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